Por: Carlos Mora Álvarez.

Me acabo de levantar del sillón de mi casa después de ver la enésima película del magistral director Pedro Almodóvar durante este mes. No sé por qué me entró la fijación por él: “pero vale y va”, como diría cualquiera de sus tan mágicos como místicos personajes. En mi ejercicio de espectador y descubridor de tramas entre toros, mujeres dormidas y tacones que se alejan, caí en cuanta de qué tan grande es el creador del universo. La vida es bella, sin duda, y buena… Caigo en cuenta o, mejor dicho, revaloro el hecho de que estoy a escasos días de cumplir 60 años. Estoy a semanas de llegar a ese sexto piso del cual Gabriela Mistral tiene un místico poema que me lleva al llanto:

Largo cuento de mis años, / historia loca de mis días. / Si no lo digo no lo creen / y contada sabe a mentira. / Ha sesenta años que en el Valle / –de leche y mieles– se nacía / y una montaña me miraba / y una madre me sonreía. / Ha sesenta años, Valle mío, / yo era un vagido que tenía / cabellos de aire, mirada de agua, / y ojos que rutas no sabían. / Son sesenta años huidos / y cuento mío se diría / que me dieron gesto y mirada / y un vagido que ni me oían. / Y me dieron los elementos / las estaciones y los días. / Hace tanto que… no me acuerdo. / La Madre sí se acordaría.

He planificado este año con la intención de que sea uno de los mejores del resto de mi vida, al lado de tanto amor que me rodea con mis hijos y su madre, mis nietos, padres, hermanas y hermanos de sangre, además de sus parejas e hijos; con una lista infinita de tíos y tías, primos, primas, amigos, amigas y Ex’s que la vida obsequiosa ha puesto en mi existencia.

Me chocan los estereotipos, mucho más las frases hechas y por supuesto no soporto las obviedades. No obstante, quiero contarles con asombro queridas amigas y apreciados amigos que hacen el máximo honor de leerme, que el elevador de mi casa que también es la suya se descompuso hace ya algunos meses; y entre molestias, encabronamientos y disgustos, empiezo a disfrutarlo porque, como ahora descubrirán, apenas hoy me doy cuenta de que vivo realmente en un sexto piso.

¡Qué delicia y orgullo que a mis más de 150 kilos de peso he podido subir durante semanas todos los días por esas largas escaleras tranquilamente!

¡Qué metáfora de vida! Sin duda, la mejor.

Comienzo a pensar que estoy gozándolo todo antes de llegar a los 60 años, claro, si es que llego… pero qué algarabía, diría el inmortal poeta y cantautor argentino don Alberto Cortez, por todo lo que estoy sintiendo.

Entre el ajetreo diario, al ir contando los 90 escalones en los distintos sentidos, más fáciles obviamente los de bajada, pero con mayor orgullo los de subida, siempre con un descanso obligatorio a la mitad para recuperar el aire, he aprendido a conocer, a reconocer y a establecer nuevos lazos de amistad, lo que agradezco absolutamente.

Tengo amigos, muchos, incluso el reparador del elevador (a quien apreciaré más el día que termine de reparar el aparato), incluida sin más la amable señorita de la administración que, día con día, nos da las flamantes noticias cual niño gritón: “ya merito queda listo…” por supuesto enfático. Y sigue la señorita: “no se preocupe, don Carlos”. Le respondo con jovialidad que cualquier día de estos me le voy a morir en los entrepisos.

Fue hace muy poco que escuché la frase que hace referencia al “sexto piso” a lo que le sigue el séptimo, octavo y noveno como referente cuando algún pariente, amigo o amiga arriba a sus propias celebraciones. Dicho esto, les comento que siempre intento festejar lo más posible mis cumpleaños, con el mayor número de días alrededor del 27 de abril, que es el día exacto de mi nacimiento y que una amiga muy querida (Hi Gaby O), bautizó como “el Mora Fest”.

Durante años, estas celebraciones giraron en torno a mi máxima afición taurina, con la coincidencia de la hermosa feria de San Marcos en mi adorado Aguascalientes, que se celebra cada 25 de abril, en honor al santo patrono.

No me alcanza la memoria para recordar cuándo inició esta celebración permanente, pero sí recuerdo alguna época, cuando al cumplir los 30 años, en 1992, sentí un poco de frustración, algo de decepción y mucho de nostalgia, porque sentía que me faltaban cosas por realizar. Metas por alcanzar y sueños por lograr. Ese año en particular no había sido el más próspero, las cosas no iban bien desde el punto de vista económico y sentía que tenía que generar un cambio.

Salir del entorno del negocio familiar al que mi siempre generoso padre nos había acostumbrado, en un cierto ambiente de zona de confort. Pero me daba cuenta de que ya éramos demasiados, entre mis hermanos y hermanas, y los primeros nietos arribando, que la cobija siempre espléndida de mamá y papá iba achicándose.

Tenía que tomar decisiones con total madurez y buscar nuevos horizontes. Cuando, analizando en retrospectiva la vida misma durante meses y en medio de un mar de dudas, la amada madre de mis hijos, Janet, me dijo de forma inesperada que estaba nuevamente embarazada y que tendríamos hacia finales del 93 o principios del 94 a un nuevo miembro de la familia; además de Carlos Francisco (la causa única y bendita de nuestro matrimonio, además del amor), que nació el 15 de diciembre de 1979, a escasos milagrosos tres meses de habernos casado el 19 de septiembre del mismo año; y Miguel Ángel, todo perfectamente planeado que llegó un venturoso 20 de julio de 1985; no quedó de otra más que prepararnos porque vendría un nuevo integrante a enriquecer la familia en medio de básicamente una crisis económica y casi existencial.

Cuando mi amada mujer me dio la noticia sólo atiné a responder como dicen las abuelas y bisabuelas: “Dios quiera que traiga una torta bien grande bajo el brazo, porque nos va hacer falta”; y así fue… milagrosamente sucedió con la llegada el 10 de enero de 1994 de David Alonso… esto continuará… sin embargo, los dejo con esta frase de Almodóvar para salir de apuros en medio de celebraciones: “Nada como un Chanel para sentirse respetable” …
Hasta siempre, buen fin.  

Añoranzas
Mi máximo mentor me dijo hace exactamente 10 años, en abril del 2012, ” Carlos, tienes que aprender a tomar la pausa del guerrero, el descanso del guerrero “. Con esta lección de vida – una más – me enseñó una infinidad de universos. Por ello, queridas amigas, apreciados amigos, que nos hacen el gran honor de leernos, me permito informales que tomaremos una pausa para, como Dios manda, celebrar el arribo al sexto piso. Con su preciosa venía, nos leeremos nuevamente el día 2 de julio.

Contacto: @DonCarlosMora

-LAS OPINIONES DEL AUTOR, NO REFLEJAN LAS DE LA EMPRESA-


 

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