Era un jueves de octubre de cualquier año, en época de otoño, los árboles vestidos de ese color ocre balanceaban su follaje a la caricia del aire que pasaba entre sus hojas, el calor se sentía en el ambiente. Lupita caminaba entre los puestos del mercado del centro de la ciudad, se llenaba la mirada con los colores de los diferentes productos del campo que en filas o montones se apreciaban en los puestos, llamaban la atención de los consumidores para que los llevaran a sus hogares y una vez ahí formar ser parte de sus alimentos. Esa mujer de andar despacio no decidía manjares que llevaría a su mesa.

Doña Lupe dice que cumplirá ochenta años, en el invierno, piensa en lo que ha vivido… Medita sobre lo que pasará en su futuro, de pronto escuchó por las calles el sonido diferente de vehículos, rechinido de llantas, gritos y escándalo, ruidos producidos por disparos, y algunos estruendos diferentes, que no atinó a saber que eran. Comenzó a rezar, no sabe que pasa… Intuye que no es nada bueno.  

Por primera vez en mucho tiempo… Contuvo la respiración, miró al cielo, dio gracias a Dios por no haber tenido hijos… Un calosfrío recorrió su humanidad, sintió vértigo, náusea. Un dolor en el estómago le recordó lo frágil que era. Permaneció inmóvil, de pronto ya pisaba otra vez la calle, no recordaba en que momento reinició su camino, alguien la jaló del brazo derecho, le dijeron que había un “Desorden por la calle” que se quedara allí. Que tuviera cuidado, “No la vayan a matar”. Se encogió de hombros, sonrió y entre murmullos dijo: —A esta edad ya no me asusta la muerte— se quedó en esa casa donde la resguardaron, todos tenían miedo y a pesar de todo la protegieron. Pasaron muchas o pocas horas, no lo recuerda (Hay momentos en que el tiempo carece de sentido). Reinició el camino a su casa, la calle olía extraño, hacía mucho tiempo desde la última vez que había sentido aquel vacío en su ser, y… también de haber percibido esos olores, presagio de lo que vería después. Caminó…por la calle, vio algunos charcos oscuros, supuso que era sangre, en su mano derecha, dentro de la bolsa de su mandil sostenía un rosario, no había parado de rezar desde que se soltó aquella balacera. Siguió y en su andar llegó a un lugar donde había tres cuerpos tendidos, se acercó al soldado sólo le dijo, “Déjame verlos” el hombre contestó, “A quien busca madrecita”. Y ella entre dientes contestó “A todos y a ninguno”, conozco a todos, los buenos y los malos, alguna vez fueron a beber agua a mi casa, cuando regresaban de la escuela a sus casas, como soy sola, sus mamás les encargaban que me dieran una vuelta y con el tiempo… De vez en vez, me visitan, ninguno es mi hijo y a la vez lo son, los he visto crecer… Tomar su camino… ¡Tú no eres de aquí! No señora, pero allá hay otros tres muertos, —No mijo ya no quiero ver, sufro igual, me duele, todos son hijos de Culiacán, hijos de México—.

Se fue… Caminó por esas mismas calles que tanto amaba, con el dolor instalado en su ser, sigue rezando, por los que se fueron, por los que están, por los que ya no verá…

Nota aclaratoria: Lupita es un nombre ficticio, tan común en cualquier parte de nuestro país, la voz de ella, es la voz de muchas mujeres, que ven como siguen muriendo hombres y mujeres en nuestro país, como dijo alguna de ellas, en mi recorrido, al recoger relatos e historias de la gente en la calle “Nada ha cambiado, a pesar de lo que digan… Esto, vivimos día con día”. 

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