Por Paco García Burgos, Consultor y analista político.

Lo vi 6 veces en mi vida. En cada una de ellas llenaba el espacio. Así fuera en el Coliseo Olímpico de Los Ángeles con casi 100 mil asistentes a la Misa, o en la Basílica de Guadalupe durante la Canonización de Juan Diego, o mi primer encuentro con él, que duró unos segundos, cuando pasó a una cuadra mi casa en Guadalajara en 1979, o también en el Vaticano cuando lo tuve a dos metros de distancia y sentí el golpe de su fuerza espiritual.

Pareciera exagerado decir que fue un encuentro cuando estás junto con 100 mil personas en una Misa. Pero no lo es. Quienes tuvieron el privilegio de compartir el mismo espacio con él, estarán de acuerdo conmigo. Cada ocasión fue un encuentro con él, con su mensaje, con su mirada, con su carisma impresionante, con su fuerza espiritual, y a través de él, con Dios, con Jesús. Era como si el Santo Padre compartiera con nosotros su propio encuentro con el Salvador. Un encuentro alimentado con la oración, y por el cumplimiento de la misión encomendada a los apóstoles de llevar la buena nueva a todos los confines de la tierra.

Recuerdo, como si fuera ayer, el 13 de mayo de 1981, día de su atentado. Era un miércoles, venía terminando mi clase de piano con mi querida maestra Leonor Montijo en la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara. Caminaba rumbo a tomar el transporte público para ir a casa, cuando me encontré una tienda que vendía televisores, y en uno de ellos estaban pasando la noticia del atentado. Me impactó mucho. Era el día de Nuestra Señora de Fátima y yo cumplía 16 años de edad. Durante sus 6 apariciones a tres pastorcitos, la primera de ellas el 13 de mayo de 1917, exactamente 64 años antes, la Virgen dejó varios mensajes que Sor Lucía, la única sobreviviente, escribió posteriormente. El tercero de ellos permaneció en secreto hasta que años después, en el 2000, el Papa lo hizo público. Habla sobre un Obispo vestido de blanco que, bañado en sangre, subía una colina rumbo a una cruz. El Papa, después del atentado, pidió ver el secreto, y le mandó preguntar a Sor Lucía si esa visión se refería al atentado sufrido por él a manos de Mehmet Ali Agca, a lo cual respondió diciendo que, habiendo consultado con el cielo y con la Señora, refiriéndose a la Virgen de Fátima seguramente, le podía decir que sí, que en efecto se trataba de ese suceso. Este evento, a solo 2 años y medio de haber sido electo Sumo Pontífice, marcó al Papa por descubrirse depositario de una profecía de nuestra Santísima Madre.

Muchas historias habría que contar, entre ellas está sin duda, el papel que jugó en la caída del comunismo, y de sus relaciones con Reagan y Thatcher en esa lucha contra el ateísmo soviético; su Magisterio que guía a la Iglesia después de las convulsiones que generó el Concilio Vaticano II; y, entre muchas otras, el camino que inició, ya al final de su vida, anciano y enfermo, para purificar a la Iglesia del terrible pecado de abusos sexuales.

En una carta dirigida a los Obispos Polacos con ocasión de este aniversario, el Papa Emérito Benedicto XVI, insiste en que se le debe dar el título de Magno, como lo había dicho ya en la homilía del funeral del Papa Santo. Recuerda en ella que los otros dos Papas que llevan ese título, San León y San Gregorio Magnos, lo llevan por hechos relacionados con su actividad política. Dice Benedicto, principalísimo colaborador de San Juan Pablo, y testigo y actor de esos hechos, que la fe del Papa tuvo mucho que ver en la caída del comunismo, y que esa es otra razón para llamarlo Magno. Algo habrá vivido que lo lleva a decir eso.

Termino como termina esa carta: Querido San Juan Pablo II Magno, ¡Ruega por nosotros!

paco@pacogarciaburgos.mx

 *LAS OPINIONES DEL AUTOR NO REFLEJAN LAS DE LA EMPRESA*

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