Por Lic. Alfonso Caballero.

Retomando el escrito anterior de mi amigo Carlos Dojaquez Valenzuela y para poder escribir sobre la anécdota del niño vendedor de hielitos y esperanzas como es un hecho real, me voy a remitir a mis años de infancia, muy especialmente al primer año de primaria. Aclarando que no soy afecto de escribir sobre mi persona, en específico de mi pasado, pero para poder conectar un hecho con el otro, tengo que hacer la narrativa. Entre 1956 y 1957 cursaba el primer año de primaria en la escuela Francisco González Bocanegra, para no ampliarme mucho y sintetizar, reprobé el primer año con una calificación de 9.5 y me faltaba la otra calificación por la que fui reprobado y era que no sabía leer ni escribir. Yo, mi familia y profesores desconocíamos que tenía un problema físico llamado miopía y astigmatismo, como lo íbamos a saber si en aquella época no se conocía de exámenes de vista o exámenes físicos y ni se tenía el dinero para realizarlos al ingresar a la escuela. Preocupada mi señora madre, pidió el cambio a la escuela Padre Kino y sucedieron los mismos hechos, porque yo seguía sin poder ver por dicha miopía que desconocía por mi edad.

Tenía un maestro que escribía en el pizarrón lo que teníamos que hacer mientras él se salía a fumar, y al terminarse el cigarro regresaba al aula, por lo general yo me encontraba pegado al pizarrón para leer las instrucciones que había dejado.  Al regresar dicho maestro que omito su nombre, porque ya falleció, con una regla me pegaba en las manos enfrente de todos los alumnos, los cuales se reían en forma burlesca. Para sintetizar, posteriormente regrese a la escuela Francisco González Bocanegra y por un accidente que tuve, la profesora Yolanda Peñaloza Sánchez, se dio cuenta de mi defecto físico, me pusieron lentes y a ella en lo personal, le debo saber leer y escribir y todo lo que he logrado en mi vida, muchas gracias profesora.

Retomando el título de este tema, en la época que estuve en la escuela Padre Kino, en mi aula se encontraba un niño güero espigado, de pelos parados con su pantalón azul y camisa blanca. Al sonar el timbre del recreo, el inmediatamente se paraba y salía de la escuela, cruzaba la Avenida Revolución y en la pura esquina él vivía con sus abuelos, salía con dos o tres charolas de las que se usaban o se usan para hacer hielos en el congelador, las cuales contenían hielitos de sabores. Recuerdo muy bien que de leche costaban 20 centavos, y de 10 los de fresa y naranja. El niño se pegaba al cerco de la escuela y vendía todos los hielitos que traía, se regresaba a su casa, dejaba las charolas y antes de que tocaran el timbre del recreo, ya estaba sentado en el aula.

 Dicho hecho me llamó mucho la atención, se me grabó y me inspiró, que todo es posible con dedicación, disciplina y esfuerzo, puedes conseguir lo que te propones, es por lo que lo llamé el pequeño niño que vendía esperanzas, lo cual me motivó y me juré que todo se podría hacer si uno se lo proponía. Pues resulta que el pequeño niño delgado, güero y pelos parados llevaba por nombre Carlos Dojaquez Valenzuela.

Muchas gracias Carlos, por tu inspiración.

IRMA SOLÓRZANO MENDIVIL (Irma Dojaquez)

Por medio de este conducto, vengo a darles las gracias de todo corazón en mi nombre y el de mi familia a todas aquellas personas que se han estado comunicando conmigo, así como también por todos los comentarios y escritos que hicieron a favor de mi Carlos, los cuales nos motivaron, nos llenaron de orgullo y alivio por el momento que actualmente atravesamos. De nuevo, muchas Gracias de todo corazón y que Dios los bendiga.

Correo de Irma Solórzano Mendivil (Irma Dojaquez): dojaquezikt@yahoo.com

Facebook: Caballero y Asociados, Abogado.

 *LAS OPINIONES DEL AUTOR NO REFLEJAN LAS DE LA EMPRESA*

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