Por Lylia Ciriam Verdugo Ruiz

En los renglones que hoy escribo recuerdo historias que pasan inadvertidas para muchos, tal es el caso de la vida de quién vio su patria con los ojos del periodista, me refiero a Carlos González Peña, su trayectoria fue marcada en el mundo por su participación en el periódico La Patria donde se inició en el periodismo e incursionó como crítico literario, lo que escribió es suficiente para que todos le recordemos a pesar de haber transcurrido muchos años desde su partida el uno de agosto de 1955. 67 años transcurrieron desde que pasó al mundo de los que se recuerdan por lo que escribió ¿Existe una mejor gloria? Seguirán transcurriendo los años y sus obras una a una nos harán saber y conocer de primera mano, lo que se vivía, pensaba o vestía en aquel tiempo. Es una manera de estar y permanecer que quisiéramos muchos, que nos recordaran por lo que dejamos escrito y que se convirtió en legado.

Al atender y comprender los nombres de sus novelas hoy en día nos hacen saber y conocer costumbres y pensamientos de otra época. Su manera de escribir y criticar lo que veía es un poco como estar frente a un México lleno de cambios frente al inicio del siglo pasado. Y lo que plasmó con sus letras pasaron la prueba del tiempo, en los renglones de su buen escribir encontramos historias que parece que no ha pasado el tiempo, describen situaciones en las que si cambiáramos los nombres, se convertirían en historias de actualidad.

En “La fuga de la quimera” (novela, 1919), la tierra que cubrió ese relato, deja ver un panorama escandaloso para la época en que fue escrita, en ella se narra la relación de una mujer joven que se casa con un hombre de edad madura con una posición a acomodada, ambos obtuvieron lo esperado y ella recibió un revés en su existencia al involucrarse con un joven de vida relajada, hombre inexperto cuyo propósito se dividía en sus amoríos con una mujer prohibida y su participación en la política de la cual no sabía mucho pero lo hacía ver más interesante. Una crítica a la forma en que se vivía a fines de la dictadura, los albores de la Revolución y los días de la Decena Trágica. Y muchos dirían “Cualquier similitud con la realidad de hoy, es mera coincidencia”

De sus obras la que más me impactó es “La chiquilla” de un lenguaje en extremo refinado, donde al leer podemos imaginar cada lugar descrito, las escenas  develan poco a poco con cada pincelada de palabras, el sentir de los personajes, humanos y sensibles de una cotidianidad de rancio apego y en pocas palabras nos hace participar de los hechos descritos en un fragmento como el que a continuación inserto “Antoñita alzó el rostro, en sus ojos lucía una mirada de compasión.

—No mamá, no te dejaré… Tú eres lo único que me queda…

Y no lloró en adelante.

Días después, a instancias de la enferma, doña Pepa salió breves instantes por las tardes con el propósito de distraer el contristado ánimo. Estéfana era en tales horas la compañera solícita y cariñosa de la muchacha. Remendaba sus raídas enaguas a los pies de ella, sentada en el suelo. La conversación era bien pobre: Nada tenían que decirse. Pensaba la moza, con los ojos perdidos en el vacío: cosía la doméstica”. Al leer textos de otra época nos hace rescatar palabras que volvemos a hacer nuestras y se hacen vigentes, el lenguaje recobra su propia juventud sin importar que esa novela haya sido escrita hace más de cien años, y la ortografía haya cambiado.

Pensar que cien años son muchos, nos impacta, una centena de años son todos en la vida de una persona, pero en el mundo de las letras no lo es. Cuando podemos hablar de un personaje que dio muchos escritos, que hasta la fecha nos permiten seguir deleitándonos con sus descripciones tan nutridas que en algunos momentos hasta parecen vigentes. Comprobamos el tiempo quizá nos juega malas pasadas, por momentos, si a alguno de sus escritos les quitáramos la fecha en que fueron creados, serían tan vigentes como las noticias cotidianas. Es entonces donde el polvo del olvido nos deja permanecer a pesar del paso del tiempo.

Sólo nos queda seguir disfrutando sus narraciones y agradecer que sigan sus historias circulando en las redes, aunque sea en textos electrónicos, es algo que apreciamos todos aquellos que tenemos el gusto de leer.

“Ser escritor, es robarle vida a la muerte”

Alfredo Conde.

“La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”

Camilo José Cela.

*LAS OPINIONES DEL AUTOR NO REFLEJAN LAS DE LA EMPRESA*

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