Por: Jorge Vargas.

Voy a relatarles algo que nos sucedió apenas unos meses atrás y fue algo que como dicen algunos, ¡para morir de miedo!

Y perdón por la expresión, pero la verdad si fue algo atemorizante, lo que aquella espeluznante noche que vivimos.

Tengo 19 años y esa vez ya dormíamos, éramos mi madre, abuela, mis dos hermanos más chicos y yo.

Mi papá trabajaba de noche, llegaba antes de las siete de la mañana, así que no estaba. Era de madrugada, entre dos y media o tres a.m., cuando los perros sin más, empezaron a ladrar ¡desesperadamente!

Como si quisieran atacar a alguien, estaban muy nerviosos. Bueno, ladraban tan fuerte que nos despertaron a la abuela, a mamá y a mí; saliendo los tres al mismo tiempo de nuestros cuartos…espantados.

Mi abuela al momento que nos encontramos en la sala dijo, ¡Dios bendito! ¡Esto no es nada bueno! No los quiero asustar, pero siento que hoy alguien va a morir.

Mi madre le respondió: ¡mamá no digas eso!

De por si los ladridos de esos perros me tienen bien nerviosa y tu diciendo esas cosas, ¡en serio te pasas! Y la verdad que sí, los perros no se callaban, eso nos tenía algo nerviosos. Tratando de tranquilizar el ambiente les comenté: tal vez sea alguien que se quiera meter a la casa de algún vecino. Yo creo que voy a salir para que al verme, se asuste y se vaya.

Al momento me contestaron las dos:

¡Estás loco! ¿Qué tal si ese ladrón anda armado y te hace algo? -Dijo mi madre-, pero mi abuela insistía que era una cosa maligna porque el ambiente se tornó muy pesado.

Entonces dijo: ¡no salgas hijo! Mira, yo nunca he sentido miedo, pero hoy si lo tengo y es por un presentimiento muy extraño que tengo.

Le contesté: Tranquila abuela ¡no pasa nada! Es más, vamos a salir los tres para que estén más tranquilas, así nos ve “en bola” y es más probable que se aleje de aquí.

Aceptaron mi propuesta y salimos con mucho cuidado tratando de no hacer mucho ruido.

Cuando estábamos en el patio, nuestro perro y los de los vecinos nos vieron pero ignoraron nuestra presencia y siguieron ladrando, mirando muy insistentes hacia la casa de a un lado de la nuestra. Eran tiempos de calor pero sentíamos frío.

¡Era un frío muy raro, que nos causaba escalofríos!

Agachados desde una pileta que tenemos, vimos un bulto que se deslizaba hacia la puerta de entrada de unos vecinos, vestía de negro, con capucha y traía algo largo en su mano (muy delgada, por cierto -como si fuera un machete-) y pensamos que sí, era un ladrón.

Se detuvo frente a la puerta por un momento, y volteó hacia donde estábamos nosotros, quienes al verlo nos agachamos más, tratando de ocultarnos para que no nos viera. Pero se me erizó la piel y yo pienso que lo mismo sucedió con mi mamá y la abuela, porque se quedaron mudas al ver que no tenía ojos.  ¡Sus cuencas estaban vacías y las manos eran huesudas y cadavéricas!

Un perro se le acercó sin dejar de ladrar, a escasos dos metros de aquello, pero ni siquiera se inmutó. Entonces se regresó deslizándose hacia una ventana y nos percatamos que no tocaba el suelo, luego la vimos entrar a la casa sin abrirla.

¡Ante nuestra mirada había atravesado la pared! Les dije temblando de miedo: ¿la vieron? ¡Atravesó la ventana!

En eso, antes de que me contestaran, vimos que aparecía por donde mismo pero cargando algo que asemejaba algún bulto; yo iba a decir algo más, pero mi abuela puso un dedo en su boca diciendo con voz muy bajita, ¡shhhhh cállate!

¡Les dije que no era nada bueno! Es la muerte, ¡entremos a la casa! No está bien que estemos aquí.

Mi mamá ni siquiera podía pronunciar ninguna palabra por el terror que tenía, lo hizo hasta que estuvimos dentro de la casa.

La abuela se persignó y también lo hizo con nosotros. Empezó a rezar el credo y el Ave María tratando de protegernos, mi madre ya más repuesta le preguntó:

¿Qué fue lo que vimos mamá? Ella le contestó: ¡sin duda era la muerte hija!

Hasta su guadaña traía, se los dije antes, por eso sentimos los escalofríos ¡de seguro vino por alguien!

Los perros y yo lo presentimos porque no se callaban la veían todo el tiempo. Uno de viejo presiente estas cosas ¡a estas alturas ya casi no sentimos miedo! Pero esta vez sí me dio y mucho, más por ustedes ya que no se sabe por quién viene.

¡De repente se callaron los perros! y el pesado ambiente dejó de sentirse. La abuela persignándose dijo que la señora de las llaves aún no se iba del todo, no quiso que durmiéramos separados y nos fuimos a la habitación de mis hermanitos, para que tampoco ellos estuvieran solos y dormir juntos el resto de la noche.

Estábamos asustados, lo vivido no era para menos. Cuando llegó mi papá de trabajar después de las seis de la mañana, se extrañó de vernos a todos dormidos en la habitación de los niños, nos despertó preguntando qué hacíamos allí.

Le platicamos todo, él no hizo más que asombrarse y luego nos dijo:

¡Con razón hay una ambulancia afuera con los vecinos! Están llorando, ¡creo se murió el esposo de doña Julia de un paro cardíaco! Y por lo que escuché, fue como a las tres de la madrugada y ni cuenta se habían dado, hasta hace rato que despertaron.

Cuando mi papá dijo eso, nos levantamos como impulsados por un resorte, la abuela sólo dijo ¡Santo Señor! ¡No en balde sentí escalofríos! Esa había sido más o menos la hora cuando salimos y vimos esa sombra entrar por su ventana.

Mi abuela no se equivocó cuando dijo que la muerte había venido por alguien.         

-LAS OPINIONES DEL AUTOR, NO REFLEJAN LAS DE LA EMPRESA-

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