Pláticas De Vidas.

Por: Claudia Rosales.

Hace unos días tuve la oportunidad de compartir mesa, vino, cámara y micrófono con mujeres sobrevivientes al maltrato de quien fuera su pareja.

Durante la charla testimonial, todas compartimos nuestras experiencias con el objetivo de sensibilizar a quienes nos vieran o escucharan; crear conciencia y hacer saber a todas las personas que viven o han vivido en situación de maltrato, que se puede poner un alto y salir adelante.

Puedo decir, que todas coincidimos en que nuestra autoestima se vio afectada en algún momento de la relación y que el agresor, empoderado ante tal situación, ganaba terreno y control.

Las cuatro mujeres que estuvimos ahí, salimos de esas relaciones destructivas; algunas con cicatrices en el alma y otras con cicatrices de alma y piel.  Salimos, nos reconstruimos y nos rescatamos…

Pero, ¿Por qué algunas mujeres perdonan a sus agresores?

Esta es una pregunta que constantemente escucho y que por desgracia, la mayoría de las veces que me toca escucharla, viene acompañada de un juicio (prejuicio, más bien) con la estocada final del que posee la más veloz de las lenguas: “Pero mira nomás, ¡Qué pendeja está!”

No creo que exista alguna mujer ( u hombre) a quien le guste vivir en situación de maltrato -“Pa’ empezar”-  Y si partiéramos de esta premisa, lograríamos que prevaleciera este pensar ante cualquier juicio de valor que pudiéramos hacer. ¡No se vale juzgar!

Y puede parecernos de entrada, una situación incomprensible, pero siempre hay una razón por la que algunas mujeres (y también hombres) viven en una relación tóxica.

He tenido la oportunidad de platicar con muchas mujeres, ya sean cercanas o simplemente conocidas; que me han externado sus miedos, sus luchas internas, su sensación de impotencia al estar inmersas en una relación que les daña.

He visto salir a muchas triunfantes ante la adversidad y a otras, recaer una y otra vez, en una especie de “loop” donde es predecible cada una de las etapas y en donde simplemente, me he mantenido al margen, lista y en la trinchera para cuando sea necesario.

Y ¿saben algo? Los juicios y conjeturas ¡salen sobrando!

Se trata de estar y acompañar.

Durante muchísimos años, a lo largo de la historia, a la mujer se le ha impuesto un papel secundario. Si bien es cierto que hoy gozamos de igualdades en derechos, la lucha por conseguir esa equidad sigue, no es total.

Es algo que viene de tiempo atrás en los códigos culturales y de educación. Generalmente, la parte agresora (machista) actúa motivada por el deseo de controlar y dominar. Digamos que todo, de alguna manera responde a un estereotipo de género. Súmenle que la mayoría de las veces existen dos ingredientes muy apetecibles para el agresor: Baja autoestima e inseguridad de la pareja.

Y, en ese estereotipo cultural que viene “desdendenantes” está el del comportamiento sumiso, permisivo y condescendiente de la mujer.

Al grado tal, que muchas mujeres adoptan de manera inconsciente algo a lo que los especialistas llaman: “Indefensión aprendida”

Por definición, la indefensión aprendida es: “Una alteración en la función cognitiva, que genera una conducta pasiva ante una serie de acontecimientos que ella percibe como incontrolables”

Es decir, llega un momento en el que una mujer maltratada, desconoce cómo ponerle fin a una relación violenta.

¿Por qué? Porque su función cognitiva está centrada cien por ciento en permanecer viva.  Entonces como aprendió a no defenderse, se comporta de una manera que para muchos parece inexplicable e increíble. Pero, está creando herramientas para sobrevivir, o dicho de otra manera: vivir segura dentro de una situación de maltrato.

No sé si les ha tocado, pero con frecuencia en este tipo de relaciones, la víctima está literalmente, esperando “a que pase”; y generalmente su análisis de la situación viene con una conclusión tajante: “esto pasará” o “al rato se le pasa”.

Y esto es porque siente que la causa de todas las agresiones, son situaciones externas a su control.

Lejos de señalarlas, estemos atentas, porque estas personas no valoran el grado de control que poseen realmente.  Se sienten menos, se sienten indefensas. 

Por favor, seamos empáticos y no juzguemos con ligereza.

Leyendo a fondo sobre este fenómeno, descubro que tiene repercusiones negativas en el estado de ánimo, tales como: depresión, ansiedad, frustración, falta de confianza, falta de iniciativa, desmotivación, aislamiento social, entre otras cosas.

Para muchos puede parecer irracional, pero debiera prevalecer la empatía y aunque nos suene “fuera de lugar”, hay una explicación lógica.

Si tienen oportunidad de ver series, busquen “MAID” en la plataforma de Netflix. No voy a “espoilerearles” la mini serie. Solamente me centraré en un dato que me dejó reflexionando:

Cuando la protagonista ingresa a un albergue para mujeres violentadas, al ver que otra mujer regresa maltratada y golpeada y le dicen: “welcome back”; voltea con mirada incrédula a ver a la anfitriona que le contesta: “La estadística es que todas regresan al menos nueve veces, antes de dejar a sus parejas. En el peor de los casos, no volvemos a saber de ellas”

Es un dato, y es medible.

El apoyo, la presencia, la compañía, la empatía y no juzgar; no son datos: Es amor.

En resumen: detrás de cada historia, viacrucis, calvario, etc, hay un ser humano con un corazón hambriento de tranquilidad y una mente lastimada.

¿De qué lado estamos?

Ps.1. Juzgar a una persona, no define quién es ella, define quién eres tú.

Ps.2. El pasado… pisado.  Una persona vale por lo que supera, por lo que hace y es hoy.  NO la define una desgracia.

Ps.3. Generalmente somos “Speedy González” cuando se trata de juzgar a los demás pero ¡Ay que no se trate de nosotros mismos! porque nos ponemos vendas en los ojos y estopas en la lengua.

Ps.4. De verdad, todo es diferente, todo ha cambiado.

Ps.5. SEAN FELICES Y NO ANDEN DE “MAMILAS”, que nadie… ¡Nadie es perfecto!

-LAS OPINIONES DEL AUTOR, NO REFLEJAN LAS DE LA EMPRESA-

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