Relatos de Ultratumba

Por: Jorge Vargas.

Supe que mi esposa me engañaba con su jefe, los investigué por semanas y cuando por fin los descubrí, un pistolero ya me estaba llenando el cuerpo de plomo en plena calle a la luz del día.

El amante de mi esposa, era un abogado corrupto con influencias políticas y con una enorme cuenta bancaria, mi mujer era su secretaria.

Cuando ella iba supuestamente al café con sus amigas, en realidad se metía con él, en un departamento que rentaron. Con el tiempo yo les empecé a estorbar.

Él no tenía hijos y quería robar mi familia. El abogado le dijo a mi esposa que él podía darles mejor vida a mis hijas y un automóvil para que fueran a una universidad privada… con eso la compró.

También comentó que podían quedarse con el dinero del seguro que descontaban de mi cheque.

Ella estuvo de acuerdo argumentando que lo hacía por las chicas, planearon mi asesinato y lo hicieron ver como un ajuste de cuentas entre mafiosos.

Yo, un simple guardia de seguridad en una empresa privada y que por las noches laboraba de velador para otra compañía, no representaba peligro para sus planes.

Ellos no sabían que en mis escasos ratos libres los vigilaba de cerca. Sin embargo, no podía hacer nada al respecto.

Él pagó para que cortaran mi existencia y también pagó a la policía para que estuvieran de su lado. Él podía comprar todo, incluso mi vida.

Después de ser acribillado, desperté. Sí, regresé de las penumbras, pero como un espíritu que retorna después de una muerte violenta para ajustar cuentas.
Era para cobrar venganza, para morir a gusto, eso supuse, aunque ningún ser superior me lo aclaró.

Pensé en matar a la viuda, pero no lo hice por mis hijas.
Seguí al abogado hasta su departamento ubicado en el décimo piso de un lujoso edificio.
Él fumaba un puro, recargado en el barandal de un balcón mientras miraba su móvil, pensé en empujarlo.
Sería una muerte rápida y sin dolor y él no se merecía eso, él merecía sufrir.

Así que le hablé, él no vio nada, por supuesto, se le cayó la cara del pánico.

Mojó su pantalón, le seguí hablando desde las sombras.

Él creía que se estaba volviendo loco, durante noches le provoqué trastornos.

Hice que se entregara a las autoridades, pero ellos no aceptaron meterlo a prisión, ya que su libertad estaba pagada. El abogado pidió ser encerrado en un centro psiquiátrico y así ocurrió, pues él pagó al mejor Doctor para que borrara las voces que habitaban en su cabeza.

En ese lugar lo torturé por días, el me rogó que lo dejara en paz.

A veces intentó suicidarse, pero yo lo evité.

—Por favor —me suplicó por las madrugadas—, déjame morir ya.

Sé quién eres y te pido perdón.

—Nunca. Nunca. Nunca. Nunca. Nunca.

— ¡Ya cállate! ¡Cállate!

—Jamás.

—Sal de mi cabeza, acaba conmigo.

—Nunca. Nunca. Nunca. Nunca.

— ¡YA! —gritó.

— ¿Acaso puedes pagar por mi silencio?

Y de eso modo quedó mudo, ido y permaneció como un vegetal; pagando por sus delitos, pagando como siempre lo hacía.

A mi mujer no la maté, pero desde ahora, no puede dormir diez minutos seguidos durante las noches porque ocupamos la misma cama.

Al final, todos pagamos nuestros errores…

-LAS OPINIONES DEL AUTOR, NO REFLEJAN LAS DE LA EMPRESA-

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