Por Lylia Ciriam Verdugo Ruiz.
I
Se solicita mujer mayor de edad.
Con preparatoria terminada.
Buena presentación.
Interés en atención, amable al público.
Horario de 10 a 14 y de 16 a 19 horas.
II
Se paró frente al cristal de aquel comercio,
se cercioró de que la falda luciera lisa.
Interrogantes distintas aparecieron en su mente:
El mostrador ¿Era un lugar?
¿Ella sería el mostrador?
¿Qué debía mostrar en una papelería?
III
Pasó la primera semana conociendo el lenguaje de aquel lugar.
Las cajas archivadoras y carpetas de colores, llenaron de aventuras aquellos tiempos.
Se integraron nuevas palabras a su lenguaje.
Nunca comprendió ¿Por qué los productos carecían de precios a la vista?
IV
Jóvenes, hermosas y atentas empleadas.
Las más solicitadas de esa cuadra.
El personal femenino,
era desdeñado por el de la joyería
Allí sólo había hombres de mucha edad,
con pieles arrugadas, ausencia de sueños,
olían a desgano y un poco a rancio.
V
La disponibilidad en el horario
no implicaba salir con los clientes
quienes más de una vez cortejaron a alguna de las empleadas,
pero ella, de figura pequeña
veía más allá,
tenía su lugar en la Universidad,
sólo era cuestión de tiempo.
VI
El único mostrador que ella quería ver
era el de las plumas de oro
y uno que otro artefacto de importación
inalcanzables para su poder adquisitivo.
Los precios eran en dólares,
el más barato de los artículos
sumaba dos semanas de su salario.
Eso suponiendo que viviera como angelito
sin comer y sin pagar renta.
VII
Llegó el tiempo de irse a volar con sus alas universitarias.
Las compañeras de labores, la despidieron con gusto
con agrado de que alguien saliera de su medio monótono
al que las demás no se atrevieron a dejar.
Después se enteró de que hubo una que se fue
después que ella, su boleto de salida
fue el matrimonio con un hombre
empleado de un banco,
se sintió feliz por aquella chica
que pagó el precio de un buen matrimonio,
por el que se fue a vivir a otra ciudad
dejó atrás a sus padres y amigos.
VIII
Encontró en su bolsa una pluma de marca reconocida
regalo de un desconocido con el que cruzó pocas palabras,
en un viaje de regreso de la ciudad de Mexicali,
él extendió su mano y dijo “Tómala, me duele el alma
cada vez que la veo, me la regaló mi esposa, ella ahora quiere el divorcio”
Esa pluma se deslizó por muchos trabajos,
tareas y expedientes, hasta que se le perdió
una tarde en invierno de 1993, al correr bajo la lluvia.
Aquello fue toda una odisea, sintió que algo se deslizó,
cayó a su lado, no había tiempo para entretenerse,
el agua de la calle en la que caminaba
le cubría los pies, debía seguir avanzando, sin perder el equilibrio.
IX
Aun pega papelitos amarillos en todo lo que lee,
queda como vago recuerdo
que un día fue empleada en una papelería,
hoy hace inventarios de las historias pasadas,
las escribe en una computadora.