Por: Rafael “Nácori” Mendoza.

Primero para hablar o escribir de ese gran Señorón, ausente ya de nuestros espacios terrácleos ( Como dicen en Nácori) primeramente hay que ponerse de pie, hacer una respetuosa referencia, enjuagarse la boca y lavarse las manos para empezar a hablar o a escribir de Don ISIDRO FIMBRES a quien Dios tenga en su Justo lugar a su lado.

Quien no tuvo la dicha de conocerlo, no sabe de lo que se perdió. Hubiera visto el rostro de un hombre lleno de amor, de sabiduría y de dulzura, un hombre toda bondad y excelsitud.

Sencillo, humilde, franco, natural y bien nacido. De su boca jamás le escuché salir algún insulto, alguna queja, sino que por el contrario, se le escuchaba decir un consejo, que encerraba una gama de valores y de principios.

Nada arrogante ni soberbio. Un personaje que inspiraba amor, respeto y esencia divina. Como que por sus poros brotaba la palabra limpia, sana y religiosa.

No anidaba rencores en su pecho de ninguna índole, aunque motivos o razones tuviera de sobra. Simplemente era un personaje diferente, fuera de serie. Tuve el gran honor de tenerlo muchas veces de visita en mi modesta casa y creo que el se sentía a gusto conmigo.

Como que las raíces y la sangre de los pueblos serranos se agolpaban en esos momentos en medio de nosotros. Él era el grande, yo pretendía ser su discípulo , su mejor admirador . Y entre confianza y entre bromas me decía: “ Con que tú Rafael, eres de Nácori Chico, un pueblo vecino que lo separa de nosotros un elevado cerro oscuro por el verdor de su selva y al cual enseñó a caminar, mi pueblo de Granados”

Luego soltaba la risa sincera y sabrosa surgida de un hombre honesto, franco y cabal. A mí siempre me emocionaba platicar con él, pues era un libro abierto; en tanto que entre sus manos, brincaba una a una las perlas de su Rosario Azul, inseparable compañero.

Nuestras casas estaban cerca una de la otra, en las Colonias Insurgentes Este y Oeste. Él nada más cruzaba la hoy transitada Calzada Benito Juárez y de repente llegaba caminando a mi casa y tocaba la puerta y por la ventana luego lo identificaba

“ Vengo a que me invites un café aunque sea de mentiritas” -me decía-, en obvia referencia a que como yo vivía solo y todavía era soltero, lógico que no me iba a poner hacer café de talega para mi consumo. Además que no era fácil conseguir café verde, como tampoco tostarlo y molerlo en molinito de tolda como lo hacían en los pueblos y Don Isidro, venía de empaparse del famoso café de calcetín o de talega y por eso llamaba “ Café de mentiritas” al mío, porque era soluble y calentar el agua no me representaba ningún problema.

Luego de sus constantes y gratas visitas, dejó de aparecer por mi casa, por lo que le pregunté a mi tío Abraham Mendoza (que era su conocido y amigo también), que si porque había dejado de venir a la casa, Don Isidro.

“.. No sé – me dijo- yo tampoco lo he visto, creo que no lo dejan sus familiares salir de la casa solo por temor a que sea atropellado por un carro porque ya caminaba lento”. Sinceramente me pudo escucharlo. Pero para mi tranquilidad y satisfacción, luego de algunos días, volvió a visitarme y al preguntarle por qué se había ausentado de mi casa, me dijo entre risas: ”es que me cuidan porque estoy muy niño”

Luego nos reímos los dos. Seguimos platicando y de buenas a primeras me dijo: “ Mira Rafael, este Rosario que me ha acompañado en las buenas y en las malas, lo cuido y lo quiero mucho porque a través de su rezo me acerco a Dios.”

Y siguió: “ .. Ya está uno mayor, tú estás joven, vives solo por lo que tú hayas decidido y necesitas algo divino que te acompañe en tu soledad del hogar. No sé lo que me mueve a que tú te quedes con él, para que te cuide y para que cuando lo veas (porque estoy seguro no sabes leer el Rosario), te acuerdes de mí. Sinceramente te digo, me fortalece tu compañía de ratos, de venir a platicar contigo y con mi amigo, tu tío Abraham.”

Y en aquel momento lo vi, lo sentí como desprenderse de aquel tesoro divino para él, como un padre que se separa de un ser querido.

“ Gracias Don Isidro, tenga usted la plena seguridad que lo valoraré y lo conservaré por siempre como lo que es y representa, algo muy valioso y aquí estará siempre a su disposición para cuando quiera usted encontrarse nuevamente con su hermoso Rosario”, le dije. .

Él ya no me dijo nada, como que no pudo hacerlo.

“ Mire Don Isidro-, le dije-, aquí lo voy a guardar en esta vitrina, para cuando usted sienta necesitarlo, venga oír el con toda confianza .”

Tampoco me contestó nada y solamente dirigió su cansada y sublime mirada hacia el sitio en donde yo estaba guardando parte de su alma, de su vida.

Pasó el tiempo y ya no volví a saber de él, pero su recuerdo revivía con mayor fuerza y presencia cuando por alguna razón, veía aquel Rosario Azul que parecía iluminar no sólo la vitrina en donde se guardaba, sino toda la casa.

Sinceramente, Don Isidro Fimbres, fue para mí como mi, como mi segundo padre.

¡Dios los tenga a los dos en su Santa Gloria!

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