LECTURA PARA CIEGOS

Por: Lic. Alfonso Caballero

Buscando en google la historia de la creación de la Cervecería Tecate en el año 1944, podemos encontrar lo siguiente:

En 1944 el empresario Don Alberto Aldrete, inauguró la planta cervecera en un lugar entonces compuesto principalmente por grandes rancherías. Desde su llegada, Cervecería Tecate  es sinónimo de empleos, desarrollo y comunidad. Para 1947 la planta ya producía 700 mil hectolitros que llegaban incluso al continente asiático”.

La marca Tecate, como su nombre lo indica, nace en el municipio de Tecate Baja California, cuando Alberto Aldrete decide tomar una antigua fábrica de productos de aceite vegetal para convertirla en lo que ahora conocemos como la Cervecería Tecate. En 1954 la Cervecería Tecate fue vendida al Grupo Cervecero Cuauhtémoc, quien proyectó el desarrollo de esta cerveza en todo el país.

Se dice que Don Alberto V. Aldrete adquirió su casa en una exposición en Estados Unidos, la transportó y ensambló en el terreno adyacente a su compañía cervecera. Una casa amplia de madera, dos plantas, grandes ventanales y terraza con vista a la avenida Miguel Hidalgo. Años más adelante fue cede del restaurante ʺPueblo Viejoʺ hasta que fue consumido por las llamas en la década de 1980.

Mi tío Marcos Caballero e Isabel Caballero, “Chabelo” me platicaban muchas anécdotas que habían tenido con el señor Alberto Aldrete, el primero como líder sindical y el otro porque era muy comunicativo.

La fotografía que se anexa es de los trabajadores de la fábrica de aceites que se menciona en uno de los párrafos anteriores. Esta fotografía es del año de 1947, la cual se encontraba anexa a la cervecería y tenía por objeto la producción de aceite de Coco, cacahuate, aceituna o granos vegetales.

De las 11 personas dentro de la fotografía, les puedo mencionar que en la parte de abajo aparece Luis Islas, Alberto Ponce, el señor Andrade, de camisa de rayas mi señor padre Alfonso Caballero, otro Andrade, Vicente Caballero, Federico, Palomo Castro, José García el famoso güero. Los demás no recuerdo los nombres que me dio mi señor padre, y el único que sobrevive de esta generación es su compadre Alberto Ponce que ha de tener unos 88 ó 90 años.

Esta fotografía me la pidió Emilio Sánchez, el cronista de la Ciudad de Tecate para participar en un concurso de fotografías a nivel estatal, la cual fue premiada con el primer lugar por su historia y originalidad.

Recuerdo muy bien que el concurso se realizó en la fecha 13 de diciembre de 2012 y posteriormente mis señores padres Poncho Caballero, Celia Barragán de Caballero, mi hija Daniela Caballero Garciglia y su servidor fuimos invitados para entregar el premio en el museo Histórico de la Ciudad. Recuerdo que fue un evento muy bonito, mi padre no quería ir porque ese día estuvo lloviendo (como en los mejores tiempos de lluvia en la Ciudad de Tecate), se me hizo entrega de un cheque por la cantidad de $4,000 pesos moneda nacional, los cuales le entregue a mi señora madre, ya que ella había conservado la foto y con mucho coraje se lo fue a gastar al casino.

Entrevistaron a mi señor padre, como uno de los pocos sobrevivientes de dicha fotografía, a lo cual él se expresaba con tanta alegría presumiendo que a sus 17 ó 18 años era el encargado y jefe de limpieza. Son cosas que no se olvidan y son parte de la vida cotidiana de esta bella Ciudad de Tecate, B.C.

¿Por qué les narramos la historia de la cervecería,  la fábrica de aceites, la ubicación de la casa del señor Aldrete, y hago mención del restaurante pueblo viejo? Es porque la anécdota que hoy vengo a plasmar se conecta tanto con la creación de la cervecería, la casa de Alberto Aldrete y el escenario del incendio del restaurante.

En 1980, tenía dos o tres años de haber regresado de la Ciudad de México, fui subdelegado del Registro Público de la Propiedad y del Comercio de la Ciudad de Tijuana (RPPC), y posteriormente en ese mismo año se me nombró como registrador de la Ciudad de Tecate, B.C.

En ese año le compré una propiedad a mi señora madre, completamente rústica, ubicada en lo que hoy es la Colonia Encanto norte.

En ese lapso conocí a una gran persona, José Jiménez, él estaba haciendo un trámite en el RPPC. Por dicho trámite terminamos siendo muy buenos amigos y como era de costumbre no faltaba que dos o tres días a la semana me invitaba a tomar y hacer carnes asadas, en su propiedad que estaba regularizando en la colonia Industrial.

Ahí me presentó a un gran personaje para mí, se llamaba RODOLFO MIRANDA, era un excelente albañil y un burro, como se dice para construir, con una escuela de la vida que pronto saldrá a flote.

Lo invité a realizar en la propiedad antes mencionada que le adquirí a mi señora madre, la construcción de mi pequeña casa y casa de ustedes, la cual como lo especifiqué, era una de las pocas casas en dicha colonia.

Comenzó desde la cimentación hasta el último clavo que se pegó en la construcción, acarreábamos a pecho todas las piedras que se encontraban alrededor de dicho predio, ya que era cerril.

No me quiero ampliar en cómo se fue realizando día con día y a base de muchos esfuerzos, lo único que les puedo precisar es que al salir de mi trabajo me dirigía a la propiedad y fácil nos podíamos tomar una botella de tequila por día, era lo que nos motivaba a seguir trabajando, llevar los ladrillos y terminar la construcción de dicha casa.

En 1980 se incendió el RESTAURANTE “PUEBLO VIEJO”  y al examinar la escena encontraron el cuerpo una mujer norteamericana.

Rodolfo y otra persona se dedicaron dentro de sus borracheras a robarse el alambrado que había quedado del restaurante consumido por el incendio, el cuerpo había sido encontrado días antes, pero como estaba la investigación, al momento de andar realizando esas actividades ilícitas fueron sorprendidos por la autoridad, siendo detenidos queriéndoles cargar el muerto, lo cual ellos desconocían.  

Lo tuvieron más de una semana, presionándolo con los métodos que como ustedes saben eran muy utilizados por las autoridades para que firmaran y aceptaran la culpabilidad. Pero Rodolfo en ningún momento aceptó ni firmó. ¡Ya se han de imaginar cómo lo dejaron!

Morado y fracturado de todas las costillas. Inmediatamente sus amigos me localizaron y le llevé el proceso penal en el Juzgado de primera Instancia Penal que se ubicaba en la avenida Revolución a una esquina de Adolfo de la Huerta.

Fue una de las defensas más bonitas y de todo corazón, en ese tiempo se encontraba de JUEZ EL LIC. GUMERCINDO MEJORADO, sin ofender a nadie, uno de los jueces más honestos que yo haya conocido y sabía de ante mano que no se iba a prestar a ninguna presión por alguna otra persona.

Se fue llevando la defensa, testimoniales y viendo el dictamen o pericial de la necropsia, acredité -si no mal recuerdo-, que dicho cuerpo encontrado en el restaurante no había muerto por estrangulación como se la querían aplicar, sino que quedó comprobado que dicha persona murió por asfixia. Es decir, por unos gases y flujo que se desprecian o producían por una enfermedad que padecía y se asfixio.

Por lo que después de tantas periciales se logró su libertad.

Pero mi narrativa viene a esto: Cada vez que salía de las audiencias que eran de forma continua, me encontraba a un señor mayor de entre 80 y 90 años, de pelo blanco y canoso, con grandes arrugas, vestido con un pantalón color caqui, camisa a cuadros y botas de trabajo, sentado y a la vez encorvado sobre el filo de la banqueta.

El tercer día me dio curiosidad porque la defensa se realizaba en aquellos tiempos en la época de diciembre y hacia mucho frio, por lo que me le acerqué preguntándole quien era y qué era lo que buscaba (puesto que ya eran varias las ocasiones que lo veía sentado fuera del juzgado).

Dentro de la plática que entrelazamos salió que era el padre de Rodolfo Miranda, y que tenía conocimiento de que su hijo estaba detenido y que lo habían mandado a esa dirección, allí era donde lo encontraría.

Resulta que el señor padecía de la vista, era muy poco lo que miraba, se trasladó desde la Ciudad de Tijuana en Camión, y desde la terminal se venía a pie al juzgado, que son aproximadamente 7 cuadras de 75 mts. cada una.

Le pregunté si quería alguna  información o algo, y me dijo que él quería ver a su hijo y hablar con él.

Ese día se iba a desahogar una testimonial e iba a estar presente en las rejas del juzgado mi defenso, es decir, Rodolfo.

Le dije que hablaría con el juez para ver si me permitía que antes de iniciarse la audiencia, lo dejara ver a su hijo. Entré inmediatamente al juzgado a hablar con el juez y le narré el hecho, por lo que de forma inmediata, sencilla  y amablemente como él es, permitió que el señor pasara.

A una distancia de dos metros entre la reja y la barra que dividía el cuarto donde se llevaría la diligencia estando presente Rodolfo, su papá le decía “Mijo vine a visitarte, quiero que estés bien” y se metió la mano a la bolsa sacando un billete de 1 dólar,  estirando la mano se lo quería dar, lo cual no le permitieron” Rodolfo le contestaba: “Papá a qué vino, quédese en su casa, yo estoy bien, no me va a pasar nada” -no en forma molesta, sino apenado-. De nueva cuenta su papá le estiraba la mano dándole el dinero, para que comiera y estuviera bien, mientras el esperaba a fuera.

El juez me anunció el inicio de la audiencia pidiéndole al señor padre que por favor lo esperara en la parte de afuera del juzgado. Posteriormente cuando salí de dicha audiencia le hice de su conocimiento al padre de Rodolfo, lo que había sucedido, pidiéndole que regresara en tres días, que era cuando el juez iba a dictar si lo dejaba en libertad o lo sometía al proceso.

Ese día yo lo acompañé a la central de camiones, y mientras caminábamos hacia allá,  me platicaba que él había sido uno de los contratistas de albañiles para la construcción de la cervecería Tecate en los años de 1954. Fue tan hermosa la narrativa que me precisaba ladrillo por ladrillo y metros en qué consistía la construcción en la que él había participado.

Cuando llegamos a la terminal de autobuses, le compré el boleto para la ciudad de Tijuana y lo subí al camión, pues su estado físico y falta de vista no se lo permitía por sí solo.

A los tres días se me apareció de nueva cuenta en el juzgado y ya siendo aproximadamente  las tres de la tarde, se le dictó la libertad a mi defenso por falta de elementos. Al salir Rodolfo, su padre lo abrazaba con tanto cariño y amor, regañándolo y pidiéndole que se fuera con él a la Ciudad de Tijuana, por lo que lo tomó de la mano como un niño y se lo llevó caminando a la terminal para trasladarse a la Ciudad de Tijuana. Entre más se alejaban seguía observando que en todo el camino nunca lo soltó de la mano.

Una narrativa que viví en carne propia, donde me di cuenta porqué razón Rodolfo era tan buen albañil, ya que su señor padre tenía  una gran escuela en dicho oficio, y la prueba está en que los muros de la Cervecería y de malta no se han caído y además como siempre lo he dicho, que en las enfermedades o en la cárcel los únicos que están presentes son los padres, los supuestos amigos que tiene uno no los vuelves a ver.

Lo que me llamaba mucho la atención es que el padre se remontaba al extender la mano con el dólar en aquellas épocas que con un dólar podías desayunar, comer y cenar.

Una vez más les digo mis estimados amigos que no hay amor tan grande como el de los padres y los abuelos, no los dejen morir solos, visítenlos, atiéndalos y denles amor, que es lo único que nos piden.

¡Nos vemos a la próxima!

-LAS OPINIONES DEL AUTOR, NO REFLEJAN LAS DE LA EMPRESA-

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