Relatos de Ultratumba

Por: Jorge Vargas

Quedé satisfecho. Nunca había probado el pastel de carne, te quedó delicioso.
Por cierto, ¿si vinieron a arreglar el grifo? —preguntó David con un plato vacío frente a él.


Laura se quedó en silencio. En el jardín los grillos tocaron una canción que llegó hasta la cocina.
—¿Estás bien, Laura? ¿Te pasa algo?
—Ya sé lo de Eva —respondió Laura con una tristeza tan suave como el terciopelo.
David sintió un terremoto en el corazón al escuchar el nombre «Eva». Sus emociones chocaron, debía negarlo todo, pero al mismo tiempo, sentía la alocada tentación de preguntar más.
—No sé…de qué hablas. ¿Quién es esa Eva? Nunca había escuchado ese…
—Guárdatelo, David.
Ella me ha mostrado los mensajes, las fotos, los videos que se tomaban en la intimidad. Me lo ha mostrado todo.
El tiempo hizo una parada en ese punto de la tierra, el amor salió arrastrándose de la cocina.
—¿Hace cuánto que lo sabes? —preguntó él, al darse cuenta de que no tenía sentido negarlo.
—La busqué —respondió Laura evadiendo la
 pregunta—.

Después de enterarme la busqué.

David, ¿qué fue lo qué pasó con nosotros? ¿En qué momento lo perdimos todo?
—Laura yo…yo aún te quiero. Amo a nuestro hijo, nuestra familia, la vida que tenemos juntos. Es sólo que yo…

No sé en qué momento sucedió —David no resistió más y perdió el control emocional—.
Yo la amo…no sé cómo pasó, pero la amo. No espero que lo entiendas, no fue algo que yo decidiera.
Dime dónde está, hace días que no va al trabajo y no quiere responder mis llamadas. Necesito saber de ella, ver su rostro, sentir sus manos…sus labios —

David se dio cuenta de que esta última palabra podía lastimar a Laura y sin embargo no se arrepintió de pronunciarla—.
No quiero hacerte daño, Laura. Sé que no tengo derecho, pero…es que…no puedo sacarla de mi vida.
Las lágrimas, tanto de hombre como de mujer, cayeron al suelo. El silencio no quiso agregar nada más.
—¿En serio la amas?
—Sí —respondió David—. No espero que me comprendas, pero sí…la amo.
—¿La llevas en tu corazón? —preguntó Laura con la tristeza de un piano.
—Sí —contestó David con determinación, a pesar de lo cursi que le pareció la pregunta.
Laura volteó a verlo, en sus ojos había fuego castaño, sus labios emitieron una brutal declaración.
—Pues ahora la llevas también en el estómago.
Los perros se pelearon a lo lejos, las estrellas se dejaron caer.
David no comprendió al principio, pero conforme el silencio ganaba segundos, una conclusión monstruosa llegó para llevarlo a una tierra de horrores.
—¿Qué?
—¿Te gustó el pastel de carne, amor?
—preguntó Laura con una sonrisa que hizo que la luna se asustara, lanzó sobre la mesa aquella estúpida medalla que Eva llevaba sobre su cuello con la inscripción:
                      ~Te amo David ~

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