En el artículo anterior señalaba que “alguien debe hacerle entender al presidente López Obrador que su estrategia de combate a la delincuencia a un año de gobierno no está funcionando, y que debe dar un golpe de timón de veras, pues el empoderamiento de la delincuencia está siendo cada vez más temerario y que ésta sigue sin atender -ni entender- aquello de ‘abrazos, no balazos’, ‘fuchi, guácala’, la acusación con sus ‘madres o abuelas’ -no tienen-, etcétera” -esto por los hechos de Culiacán- cuando se estrella en la cara del país la tragedia de la familia Le Baron en los límites de Chihuahua y Sonora, en un acto brutal, cruel y despiadado.
Decía también que no por nada en las altas filas castrenses están preocupados, pues a fines de octubre el General en retiro Carlos Gaytán Ochoa -ex Subsecretario de la Defensa Nacional- pronunció en un desayuno de la SEDENA, ante la presencia del General Secretario, un mensaje demoledor, en el que de manera contundente enfatizó “nos sentimos agraviados como mexicanos y ofendidos como soldados”.
Señalé también que “la delincuencia crece, cada vez es más temeraria, y no se ve estrategia eficaz en contra. Hay que actuar, y pronto; entonces, los resultados hablarán por sí solos, pues por lo pronto, son desastrosos y desalentadores. Muy desalentadores.”
Si de por sí en los hechos de Culiacán las autoridades han hecho un enredo de la información en aras de salir bien librados, ahora han llegado al extremo de justificar lo injustificable mencionando ‘fuego cruzado entre bandas rivales’, ‘las armas provienen de Estados Unidos’*, y un muy largo etcétera. El propio Presidente ha insistido en su política de ‘no violencia’ -ya no es discurso sino política pública- ante los mensajes del gobierno de ese país, vía Trump y algunos senadores federales, incluyendo la editorial principal del Wall Street Journal, que le han sugerido a López Obrador endurecer la estrategia e incluso cambiar de ruta, pero éste ha respondido que “es su visión y la respetamos […] pero no responderemos con guerra…”. O sea, prevalece aquello de ‘abrazos, no balazos’ de los que el norteamericano senador Cotton (R) ha dicho que “eso solo puede prevalecer en un cuento de hadas”. (Este senador integra la Comisión de Fuerzas Armadas en el Senado, es egresado de Harvard, participó en la guerra de Irak, recibió la 4ª más alta condecoración por valor y la 9ª en condecoración militar en EU denominada “Estrella de Bronce”, que se otorga a quien se distingue por su heroísmo o éxito meritorio en servicio vinculado a operaciones militares contra un enemigo armado.)
Hoy, el presidente López Obrador, en su ánimo de culpar al pasado reciente de todo mantiene un frente abierto muy intenso en contra del expresidente Calderón por la guerra que éste declaró al crimen organizado en diciembre de 2006 (de lo que comento ampliamente en mi libro “Que la nación se lo demande: cronología de la fallida guerra presidencial contra el crimen organizado”. ILCSA Editores. 2ª. Edición 2019), ha quien ha llegado a llamar “Comandante Borolas”; Calderón, en respuesta, le ha dicho “deje de justificarse y asuma su responsabilidad”.
Lo reitero: el presidente Calderón falló en su guerra contra el crimen organizado, pero hoy, indudablemente, la falla en la estrategia de seguridad del presidente López Obrador podría llegar a superarlo de no rectificar el rumbo, estando en el momento adecuado para hacerlo.
No debemos olvidar que Calderón tuvo un inicio de sexenio muy esperanzador en materia de seguridad y justicia, pero un año después fue evidente que su estrategia dejó de funcionar; de la op cit transcribo: “no podemos perder de vista que la delincuencia organizada ha venido actuando certeramente sin que se aprecie o vislumbre respuesta efectiva de la autoridad, la cual se había ‘echado’ ante la declaración inicial de guerra (de Calderón) para observar el actuar oficial; y al percatarse que ésta se guiaba por corazonada paulatinamente comenzó a salir, solo que con más fiereza”, como tampoco se puede soslayar que López Obrador no se ha enrutado en contra de Peña Nieto en este tema.
También escribí el pasado viernes “no por romper con el pasado significa que las cosas deban hacerse diferentes ahora, menos aun si se demuestra y comprueba que no funcionan; hay caminos recorridos en los terrenos de seguridad y justicia -específicamente en el combate a la delincuencia- que han dejado mucho aprendizaje a base no solo de sudor sino de sangre y lágrimas…”…
En el pasado reciente -la guerra de Calderón- los militares sufrieron muchas bajas por su participación contra la delincuencia organizada. En diciembre de 2008 fueron decapitados en Guerrero ocho integrantes del ejército, y en sus honras fúnebres encabezadas por el Comandante de la IX Región Militar Enrique Garrido Abreu manifestó “este lamentable hecho constituye una grave ofensa a las instituciones en su conjunto y especialmente a los que vestimos el uniforme castrense; fue un grave error de los delincuentes este atrevimiento”; seguidamente, en Cancún, en febrero de 2009, fueron privados de su libertad tres militares incluido el General Mauro Enrique Tello Quiñonez, quien era asesor de seguridad del entonces Alcalde Gregorio “Greg” Sánchez Martínez, y días después fueron encontrados brutalmente asesinados sobre la carretera Cancún – Merida.
Antes, los agravios eran causados por la delincuencia organizada; ahora, los están recibiendo de la autoridad civil y de allí el mensaje del General en retiro Gaytán Ochoa, el cual fue calificado por el presidente como ‘imprudente’.
Por eso su molestia con el titular de SEDENA el General Secretario Luis Crescencio Sandoval, quien ha dejado de aparecer en las ‘mañaneras’ siendo ocupado su lugar por el Jefe del Estado Mayor de la dependencia; incluso, éste fue quien acompañó al titular de la SRE Marcelo Ebrard a la escena del crimen de la familia Le Baron.
Es evidente la preocupación militar, como lo es la preocupación ciudadana.
Es el momento adecuado para que el presidente López Obrador de un golpe de timón y cambie la estrategia. De hecho, de que cambie su política de Seguridad y Justicia.
*Las armas provienen de Estados Unidos, y los cartuchos; pero, ¿y las aduanas del país? ¿Quién es el responsable de la vigilancia de nuestras fronteras?