Pláticas-De-Vidas

Todavía permanece el árbol de navidad que decoramos para el pasado diciembre del 2020.

Recuerdo que llegó enero y en teoría desmontaríamos el arbolito pasando la rosca de reyes. Luego, decidimos que mejor el día de la Candelaria (2 de febrero). En ese “inter” de finales de enero e inicios de febrero del 2021, me atacó el bicho –sin albur- y nadie se dio a la tarea de quitar el arbolito. 

Simplemente esperaron a que yo saliera de mi aislamiento y -haciendo gala de la democracia por la que fui elegida como mucama-, fuese yo quien dirigiera la obra de quitar ornamentos y demás… ¡como si fuera tan complicado!

Salí después de 15 días de permanecer en mi recámara, absorta en mis pensamientos, filosofando no solamente en la maroma del piojo sino en temas más complicados y profundos como la inercia con la que vivimos nuestros días.

Y así, triunfante ante la batalla campal entre sudores y reflexiones, sintiéndome merecedora de la piedra filosofal, decidí que dejaría el arbolito todo el año, en una especie de ejercicio pandémico.

Y aquí estoy, escribiendo mientras lo veo muy “puestecito” y ya con la cuenta regresiva, pues es inminente que en cuatro días regresarán sus adornitos y él, a sus respectivas cajas.

Pero ¿qué con eso?

Algunos me dieron carrilla todo el año porque de seguro, no era más que mi “hueva” disfrazada (cosa que en verdad Os digo, me valía dos toneladas de…) 

Otros, aprendieron a respetar y guardar silencio y llegó un momento que sumergidos en nuestra inercia y labores diarias, nos olvidamos por completo del arbolito. 

Era como si no estuviera, y ahí radica parte de este ejercicio personal:

Damos por sentada la presencia de las personas o la providencia de ciertas cosas, sin reparar en ello, como si todo fuera por default. 

Pocas veces nos detenemos a agradecer por quienes nos rodean o por lo que tenemos… pocas veces, encendemos el arbolito.

Hubo días en que alguno de nosotros, sentíamos el impulso de conectar las luces del arbolito y apagar el resto de las lámparas en casa.  No, no era diciembre, pero sí era un día de vida nueva: una navidad.

Cuando menos me di cuenta ya era marzo, luego verano y ese sentimiento de que todo pasaba tan rápido se acentuaba más, cada vez que volteaba a la esquina del arbolito. 

¡Pero si lo acabo de poner y ya estamos a mediados de 2021! –pensaba-

Así, como cuando vemos una foto de hace 3 años y aunque nos sentimos iguales, al reparar en la imagen de los hijos, nos damos cuenta que el tiempo va en estampida.

Así, igualito. 

Y es que, el arbolito es el sinónimo de cómo yo me siento, hasta que veo las fotos de años pasados.

Ahí, atestiguando el paso de la vida por enfrente, jurando que sigo igual de desafiante sin darme cuenta de las ramas dobladas, las esferas que cayeron y luego colocaron en otro lugar, las luces opacadas por el polvo, etc.

Pero, como dicen en los memes: ¿Y qué tiene?

Aunque ya no estaba igual, siempre hubo una mano para reacomodar, limpiar, encender de vez en cuando y colocarle uno que otro adornito extra.

Luego, como un juego mental recurrente al que me aferro desde chica (y no creo ser la única) comencé a hacer mis teorías de las probabilidades y las certezas utópicas.  Los pongo en contexto:

No sé si les pase esto, pero yo con frecuencia -por ejemplo- si voy a sacar una cuchara del cajón, juego a no asomarme, cierro los ojos y saco el cubierto, a tientas.  Si sale una cuchara es que me van a dar un contrato o me van a pagar; y si saco un tenedor o cuchillo ¡lástima Margarito!

Si me dan una moneda, no la veo y me digo: “Si es de dos pesos, pasará equis; si es de cinco pesos, pasará ye, y si es de un peso, no pasara ni madres”

¡Bueno! En ese tenor de maroma mental, comencé a hacer mis apuestas con el arbolito:

Que si mi marido o mis hijos lo encendían dentro de tantos días, pasaría esto o lo otro.  Que si alguien no recogía el adorno, era por aquello, etc. 

Y la cereza del pastel: Si lograba que mi arbolito siguiera en su esquina, con cuidados esporádicos y sin quejas o con la sorpresa de llegar a casa y alguien lo hubiese quitado, mi familia estaría sana y nadie se contagiaría del bicho…

Lo digo con sinceridad, un juego hasta cierto punto, muy infantil; pero con una intención de amor y esperanza.

Aparte (pasando a temas más científicos jaja), digamos que me sirvió de terapia azarosa sudokusosa propia y con esto le apuesto a llevar cierta ventaja, para que no se asome tan rápido la demencia senil.

En resumidas cuentas, no quité mi arbolito y permaneció de pie todo el 2021, esperando ser encendido durante todo el mes de diciembre para recibir con luz el 2022.

¿Mantenemos encendidas las luces de nuestro árbol? -es para una tarea-

Hoy, es dos de enero del 2022 y se supone que ya no andan crudos y/o desvelados; por eso me esperé a escribir este texto, porque muy dentro de mí, quisiera que lo leyeran aunque fuera por “no dejar”

Con mi taza de café, un corazón agradecido y con la certeza de que es la actitud la que nos hace interpretar lo que vivimos, espero que nos demos a la tarea de desear algo bueno a alguien; aunque sea en silencio y que felices constatemos cómo la vida se los cumple, en voz alta.

¡Feliz 2022!

Ps.1. No piensen que fumo cosas raras, se me da solita la “tripeadez” desde morrita.

Ps.2. Que este año, ejercitemos esa bonita rutina de soltar.  Algunas personas no nos van a escuchar por más sinceras y amorosas que seamos con ellas… ni modo.  Deseémosles el bien, y dejémosles ir.

Ps.3. Para materializar, hay que chingarle más y quejarse menos… ¡Nomás digo!

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