En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año que inicia, el Santo Padre Francisco abre diciendo que “La paz, como objeto de nuestra esperanza, es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad”. Un poco más adelante escribe: “Naciones enteras se afanan también por liberarse de las cadenas de la explotación y de la corrupción, que alimentan el odio y la violencia”. Ambas frases nos atañen en nuestras comunidades estatal, municipal y familiar.

Aspiramos todos al bien precioso de la paz. En el fondo de nuestro corazón y de nuestra conciencia, se encuentra el anhelo de la paz, por eso es que la buscamos. El debate sobre si la persona humana tiende más al bien o al mal, se resuelve al ver a los niños pequeños. Ellos, cuando discuten con alguien de su edad, tienen la enorme capacidad de reconciliarse inmediatamente. Los adultos hemos visto siempre que cuando dos niños se pelean por una pelota, o por un dulce o por cualquier razón, se reconcilian sin guardarle rencor al otro, sin buscar la venganza, sin desearle mal al otro. Eso es buscar la paz. Y solo no lo logran cuando intervenimos los adultos en la discusión. Si los dejamos que actúen sin nuestra intervención, y solo bajo nuestra mirada atenta, ellos sabrán encontrarse nuevamente en una relación armoniosa que fue alterada momentáneamente. Esta capacidad de buscar la paz se pierde conforme el niño va creciendo, o sea, conforme va aprendiendo de nuestras poco ejemplares acciones y lenguaje más violento que el que conoce en los primeros años de vida. Creo que ahí, en los pequeños, está clara nuestra tendencia a la paz, por eso bien dice el Papa que todos aspiramos a ese bien precioso.

Por otro lado, el Santo Padre señala que la explotación y la corrupción alimentan el odio y la violencia en las naciones. Yo diría que también en nuestra comunidad municipal, en nuestro trabajo, en la colonia y en la familia. En estos ambientes se presentan situaciones de explotación como pueden ser trabajos mal pagados en la industria maquiladora, o cuando el jefe de familia manda a su pareja o a sus hijos a pedir limosna para luego gastarse el dinero en alcohol, y en general las situaciones de explotación donde se trabaja incansablemente por unos cuantos pesos.

Y luego señala el Santo Padre a la corrupción como otro factor de violencia. Y cómo no darle la razón cuando vemos con impotencia cómo la justicia impartida por un policía, o por un juez, o por una autoridad, se inclina hacia quien le va a remunerar de alguna manera aunque no tenga la razón. ¿Cómo no pensar en la violencia que genera la corrupción cuando vemos al distribuidor de droga en nuestra colonia o a fuera de la escuela, después de haber sido denunciado, o incluso detenido, y posteriormente liberado por el poder de su dinero obtenido a partir del envenenamiento de nuestros jóvenes?

La impunidad es donde se anidan los problemas de México empezando por la corrupción. El reto principal que tenemos en Baja California para construir la paz, es la justicia, por que donde hay impunidad no hay justicia, y no hay paz sin justicia. Más y mejores policías, más y mejores ministerios públicos, más y mejores jueces. Esta es la necesidad institucional inaplazable para construir la paz en nuestro Estado.

paco@pacogarciaburgos.mx

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