Por Rafael Cano Franco.
Cuando las muertes oficiales por coronavirus en México ya rebasan las 67 mil personas; con un incremento en los feminicidios y con una escalada de violencia que deja regados más de 60 mil asesinatos dolosos en las calles, son los mil 615 niños con cáncer que han fallecido desde enero a la fecha los que más impactan en la opinión pública.
Resulta evidente que las cifras de muertos por coronavirus, feminicidios y asesinatos dolosos son más escandalosas que las de los niños fallecidos a causa del cáncer, pero son estas últimas las que más impactan a la sociedad.
Al final de cuentas hay una lógica que predomina en la sociedad: Se sabía que el coronavirus llegaría y dejaría una estela de muerte, a pesar de que la cifra pudo ser menor si se hubieran tomado las medidas preventivas, también hay mucha corresponsabilidad en los ciudadanos para cuidarse y atender los protocolos sanitarios.
Queda la impresión, que al final de cuentas las personas han decidido vivir con el coronavirus y esperar que si les llega a dar la enfermedad puedan superarla, entendiendo que los más vulnerables van a perecer. Es casi una resignación social a que seremos diezmados.
Los feminicidios también se han incrementado, pero todavía en la cultura social predomina el machismo, bajo ese contexto el asesinato de una mujer o la violencia en su contra, forma parte de una “costumbre”, que no debe ser, pero que aún es justificada por muchos.
Los feminicidios son un problema serio, pero la lógica del pensamiento social tiende a estremecerse de momento y luego los olvida.
Los asesinatos dolosos, producto de la violencia en las calles y las guerras entre carteles de las drogas o corporaciones policiacas, también aumentaron y este sexenio es el más violento de la historia, su fracaso es evidente en el tema.
Pero subyace la impresión de que muchos de los muertos “se lo merecían”: eran malas personas, delincuentes, tiradores de droga, andaban en malos pasos, eran sicarios y eso marcó su destino.
Cierto es que de vez en vez hay personas que no encajan en el perfil, que quedaron en el fuego cruzado y fueron víctimas colaterales; eso genera miedo y alienta la protesta social por mayor seguridad, pero también tienden a olvidarse al paso de los días.
Pero en el caso de los niños con cáncer la lógica social opera diferente: Se trata de inocentes, jovencitos desvalidos que padecen una grave enfermedad; son historias de dolor que laceran familias y en no pocas veces se convierten en modelos aspiracionales al lograr derrotar a la enfermedad.
Pero para poder ganar al cáncer se necesita una concurrencia de situaciones y la principal es que tengan a su disposición los tratamientos y las medicinas que se requieren para darle pelea a la enfermedad. Los expertos médicos, las enfermeras y la voluntad de ayudar existe, solamente falta que les pongan las condiciones para los mil 615 niños que han fallecido el 2020 que eran atendidos en los servicios públicos de salud y es ahí donde el gobierno federal tiene una gran responsabilidad desde el momento que recortó casi 4 mil millones de pesos, despidió personal médico, desmanteló el Seguro Popular y fue omiso en la compra de los medicamentos y de los insumos para los tratamientos que requieren esos niños enfermos.
Los médicos oncólogos que atienden a esos niños lo advirtieron con el tiempo necesario para evitar que llegara la tragedia, en lugar de eso se les ignoró; los padres de familia tienen meses buscando que el Presidente los atienda y nunca han sido recibidos, ni siquiera por el director del IMSS, Zoe Robledo a pesar de que se le dio la orden de atender a los padres cuando determinaron bloquear calles en la ciudad de México como protesta.
Tampoco fue sensible la señora Beatriz Gutiérrez Müeller, esposa del presidente López Obrador cuando respondió a los reclamos de los afligidos padres: En una ocasión los repelió diciendo que no era doctora para ayudarlos y en la otra señaló que la selección natural era parte de la vida y que esos niños iban a morir a pesar de los tratamientos médicos.
La tragedia de esas mil 615 familias puede parecer insignificante en el número, pero tiene un profundo impacto en el sentimiento social porque fueron abandonados por los sistemas de salud, se les dejó a su suerte y a no ser por las iniciativas ciudadanas y el buen corazón de algunos, como el boxeador Saúl “Canelo” Álvarez, que donaron millones de pesos para comprar medicinas, las cifras pueden ser peores.
Las autoridades de salud fueron omisas, insensibles al dolor e inhumanas ante el padecimiento de estos niños, eso exhibe el grado de compromiso con el pueblo y la falta de empatía de un gobierno con quienes dice proteger.
*LAS OPINIONES DEL AUTOR NO REFLEJAN LAS DE LA EMPRESA*