Como evitar hablar de un hombre que partió del mundo de los vivos para hoy integrarse al cosmos, después de haber trascender de una de las mejores maneras que se puede hacer. La música, decía Jorge Luis Borges “¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea la muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad” pero la inmortalidad alcanzada por un logro como la música es mucho más de lo que podemos pedir.

Se fué del mundo de los mortales Celso Piña y quizá ahora muchos lloren su ausencia, pero lo que él hizo en el corazón y en los recuerdos de muchos… Pocos logran hacerlo. Permitió la convivencia en sus conciertos de personas que a pesar de sus grandes diferencias, vibraron en su corazón y bailaron con sus acordes. Muchos podrán haber olvidado los resultados de las tablas de multiplicar, pero no la letra de sus canciones, que cual recitación aprendida en la escuela primaria era más uniforme que si la hubieran ensayado cada tarde en los  patios de su escuela. Como evitar recordar que en sus presentaciones la gente bailaba de manera tan pareja que parecía tabla rítmica. Si, su ritmo permitía mover el esqueleto, sin importar si estás triste o contento, esa es la magia de la cumbia, que como en sus orígenes permite movernos, ignorando lo que sentimos en cualquier momento. Quién nos diría que un regiomontano daría a éste tipo de música una renovación perpetua al integrar ritmos diferentes entre sí, como la cumbia y el sonidero, para dar una fiesta en un lenguaje único y común para el resto del mundo. Un mexicano, amado, respetado y reconocido en Colombia, acogido en esa tierra como uno de ellos, por la forma en que tocaba la cumbia.

Logró que su música se escuchara en una buena tocada o toquín, como prefieran mencionarlo, a la gente lo único que le importaba era bailar o corear sus canciones. La cumbia como tal, en su melodía no siempre, implicó jolgorio, fiesta o placer. Hoy casi nadie recuerda la forma en que dio inicio, como única manifestación permitida a los esclavos negros, en el que a través de sus canticos podían compartirse entre ellos sus penas y sus alegría, hoy muchos compartimos una pena, que será escuchada entre los acordes de sus diversas melodías como: En la letra de Calaveras y diablitos:

“Las tumbas son para los muertos, las flores para sentirse bien, la vida es para gozarla, la vida es para vivirla mejor, calaveras y diablitos invaden mi corazón, calaveras y diablitos invaden mi corazón. No quiero morir sin haber amado, pero tampoco quiero morir de amor, calaveras y diablitos invaden mi corazón”.

El corazón de muchos, inundado está por la partida del “Rebelde del acordeón” pero hoy lo único que podemos hacer es cantar, entonar y tararear sus piezas musicales. Ya que vive y vivirá en el pensamiento de muchos y de muchas generaciones, como decía otro grande de la música del pueblo, José Alfredo Jiménez “Guitarras lloren guitarras, violines lloren igual, no dejen que yo me vaya con el silencio de su cantar. Gritemos a pecho abierto, un canto que haga temblar, al mundo que es el gran puerto, donde unos llegan y otros se van”. Sólo queda complementar que lloran los acordeones y los instrumentos que una vez acompañaron a éste regio señor en sus letras y en su cantar, que dio lecciones de cómo vivir la vida y hacer de ella el éxito del que pudo disfrutar.

Podemos corear y tener en el pensamiento la última frase que escribió Celso Piña:

“No hay quien se resista a la cumbia”

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