Relatos de Ultratumba.

Por: Jorge Vargas.

Hoy se cumplen dos semanas de la desaparición de mi hija. Llaman a la puerta un par de oficiales de la policía para notificarme acerca de un cuerpo desconocido, que coincide con las características de mi hija.

La vi en la morgue, le toqué y besé su frente. Unas lágrimas cayeron sobre su mejilla y dibujaron un corazón. Su cuello moreteado y sus ojos hinchados, me indicaban que la ahorcaron y la golpearon. Ella tenía sangre y tierra debajo de sus uñas, luchó por defenderse, por mantener su honor.

Entre las piernas se asomaba el rastro de la sangre que chorreó alguna vez. Su cara desfigurada por el maltrato y la tierra que había manchado sus ropas, me daban una pista de que no murió donde la encontraron, la arrastraron y la abandonaron como basura en un terreno baldío.

Ahora yo estaba sola. Ella era todo para mí.

¿Qué se suponía que debía hacer, encerrarla para que no fuera a la escuela?

Desapareció un miércoles a las 8 de la mañana, no llegó a su clase de inglés.

De ahí no se sabe más.

Lloré, me desgarré por dentro, quise matarme y seguirla.

No salí de mi casa por 3 días.

Me llamaron para que aceptara ayuda, que protestara contra los opresores que no cuidan nuestra seguridad, que me convirtiera en activista.

Me podría quejar, para que no le dieran carpetazo a su caso, como los otros 100,000 que llevan archivados, ¿para qué si no me la van devolver?

Capaz que me quejo y ahí mismo me dan un tiro en la cabeza.

¡No, no lo voy a denunciar, ni voy a protestar!

Seguí con mi vida, compré nueva ropa, un par de accesorios para ganar confianza, salí con nuevos amigos y pasé mucho tiempo en la biblioteca.

Un día conocí un hombre, alto, guapo, de piel apiñonada, vestía bien. Él trabaja en la construcción, tiene una obra justo enfrente del lugar donde leo.

Muy carismático, me invitó a salir. No quise hablar de mi vida, ni de mi hija, solo sonreía.

Él se sentía confiado y aseguraba que mi cara era especial.

Después de un par de citas lo invité a pasar a mi casa.

Tenía ganas de ser creativa, le cubrí los ojos. Le di una bebida burbujeante. No es un bebedor asiduo, se mareó.

Necesitaba eso, perderme en la adrenalina de una noche, no pensar aunque fuera un segundo en el rostro de mi hija muerta.

Pasé un par de días con él. Me recordó lo que es sentirse viva, me sentí fuerte, con confianza.

Fue especial.

A la siguiente semana vi unos folletos pegados en los postes de luz. Un par de arquitectos habían desaparecido y no dejaron rastro.

Dos mujeres con hijos suplicaban a la audiencia, en una entrevista, para obtener información. Me sentí mal por ellas y los niños, yo también perdí a mi familia.

Las ironías de la vida, sus esposos ahora están atados y mutilados en mi sótano.

Fui dedicada en mi investigación.

Lo encontré, el hombre de mi cita era el asesino de mi hija y no trabajaba solo.

Con un poco de presión, conseguí el nombre de su cómplice. Y lo seduje, igual que a este cerdo.

Con dinero puedes comprar lo que sea, incluyendo información.
Obtuve un informe completo policial de mi hija y de otras 3 chicas más, los cuales indicaban el modus operandi de un par de depravados, arquitectos. Ellos buscaban a chicas de 15 años, se ganaban su confianza, las violaban y estrangulaban en el sitio de construcción.

Las movían a un terreno lejos. Pero mi hija luchó y se llevó algo entre sus uñas.

Mi trabajo fue relativamente sencillo, encontrarlos, para hacerlos pagar.
Me suplicaron, hablaron de sus hijos, que eran inocentes, jamás lastimarían a nadie.

Detrás de esos trajes. Solo había asquerosas bestias.

Les corté las manos, la lengua, y un brazo.

Después llamé a mis nuevos amigos, los padres de las demás chicas.

Puse enfrente de ellos artefactos de tortura, para que se divirtieran.

La única regla era no matarlos, al menos no antes de mi regreso.

Después de 30 minutos, los padres se fueron y prometieron no revelar jamás lo que pasó ahí dentro.

Tampoco es que tengan mucho que decir sin inculparse a sí mismos, lo tengo todo grabado. Dejaron el lugar, quemamos la ropa y me deshice de todo aquello que nos incriminara.
Regresé al sótano. Los hombres ya sin piernas, brazos ni genitales, con sus caras desfiguradas y sin una parte de la nariz; los ojos con múltiples cortes.

Con un mazo de hierro al fuego, les cautericé las heridas y los curé.

No quiero que mueran, ahora son mis muñecas, ahora te pregunto

¿Tú qué harías en un caso similar?

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